Días de canela y menta de Carmen Santos

29 agosto 2012


Días de canela y menta
Carmen Santos
Editorial: DeBolsillo / Junio 2009
ISBN: 9788483460627
Género: Narrativa
Nochebuena de 2003. El cadáver de un anciano emigrante español es hallado en una cochambrosa buhardilla de Düsseldorf.
En España, Clara Rosell, una mujer madura que e abre camino en un periódico tras años dedicada al cuidado de sus hijos, lee el suceso en un diario y recuerda los años en los que ella y su familia tuvieron que emigrar a Alemania. En ese momento, siente la necesidad de investigar y escribir para el periódico la historia del emigrante.
Para encontrar todos los detalles que han rodeado la extraña muerte de este hombre tendrá que viajar hasta Düsseldorf. Sin embargo, la investigación que debe llevar a cabo sólo surtirá efecto si la hace acompañada de Héctor, el hijo que, por motivos desconocidos, el emigrante abandonó cuando era un niño.
Héctor y Clara se ven envueltos en una aventura que nunca antes hubieran imaginado. Al mismo tiempo que van derribando el muro de silencio erigido en torno a la figura del anciano, surge entre ambos una inesperada pasión que pondrá en peligro la apacible monotonía de su madurez.
Clara Rosell, una mujer felizmente casada con su marido Emilio, madre de dos niños de corta edad, lleva una vida ordenada y rutinaria. Desde hace poco tiempo ejerce de periodista y se enfrenta al reto de reincorporarse al mundo laboral tras haberse dedicado a cuidar de su familia los últimos años.

Un día, buscando inspiración, lee en un periódico alemán la noticia del hallazgo del cadáver de un emigrante español afincado en Alemania desde los años sesenta. Enseguida se siente intrigada por las circunstancias; el anciano murió solo, junto a una botella de coñac Fundador del 61 sin abrir y una biblia en el regazo con determinados pasajes subrayados. No fue hallado hasta dos semanas después del fallecimiento. Conmovida por la soledad del anciano y decidida a impresionar a su jefe, que aprieta y le recuerda constantemente que Clara se valió de un “enchufe” para formar parte del personal del periódico, empieza a investigar. Para ello, llega hasta el hijo del emigrante fallecido, Héctor Laborda, un hombre que se negó a saber nada de un padre que había abandonado a su familia cuarenta años atrás. Juntos, deciden emprender un viaje a Alemania, donde Clara vivió unos años ya que su padre también emigró en los años sesenta. A partir de esa decisión, Clara y Héctor iniciarán un viaje que sacudirá sus vidas tranquilas.

Cuando empecé Días de canela y menta ignoraba que me sentiría tan identificada con la protagonista, ya sea por su edad o por ser ambas hijas de emigrantes de la década de los 60 que se lanzaron a probar suerte lejos de su patria. Durante toda la novela, los recuerdos de Clara van y vienen, entrelazando el pasado con presente. He sonreído al leer algunas escenas como esas Noche Vieja escuchando la canción de Juanito Valderrama: El emigrante, el coñac que nunca faltaba con el café, los bigotillos propios de los españoles de los años sesenta, los padres despotricando de las mini faldas, los larguísimos viajes en coches que parecían hornos en verano hasta llegar al pueblo… y un sinfín de recuerdos más. Clara Santos ha sabido retratar a la perfección esa generación que lo dejó todo buscando una fortuna azarosa en aquellos trenes repletos de ilusión pero también de zozobra por abandonar a su familia; resucita la vida entre extraños, apoyándose en los compatriotas que se convertían en la “familia”, cuyo lazo de unión era hablar el mismo idioma, proceder del mismo país. He encontrado en Enrique Rosell, padre de Clara, muchas similitudes con mi propio padre, lo que me ha arrancado muchas sonrisas.

La investigación de la solitaria muerte del padre de Héctor es un punto fuerte de la novela, muy bien hilvanada, con la dosis justa de misterio, provoca muchas especulaciones hasta el desenlace. Héctor Laborda padre fue un desconocido para su hijo. Lentamente y según se van descubriendo los acontecimientos del pasado que conducen a una muerte tan desoladora, Héctor hijo aprende a conocer a su padre y se replantea si su indiferencia no fue un error.

A su lado, Clara se enfrenta a los recuerdos, pero también a los sentimientos que empieza a despertar en ella Héctor. Lo más preocupante es que él mismo no parece indiferente a los encantos maduros de Clara. Esas emociones desconcertantes par ambos aportan a la novela un tono romántico, pero también de congoja.

He disfrutado de principio a fin gracias al estilo fresco de la autora, con mucho sentido del humor, un lenguaje muy coloquial, que hace que la novela no resulte dramática, pero también con tacto en los momentos más emotivos. Me ha sido imposible despegarme del misterio de la muerte del padre de Héctor, un hombre roto que vio como los cimientos de todo lo que respetaba se hicieron añicos tres décadas atrás o de la historia de amor que nace en tierras germanas entre dos personas que aparentemente lo tienen todo, tal vez algo aburridos por la rutina de sus vidas. Los sentimientos son intensos, sus cuerpos redescubren la pasión, el sexo intenso, pero todo se ve ensombrecido por el recuerdo de las familias que han dejado en casa. La vida les ofrece una segunda oportunidad, pero para ello tienen que romper muchos lazos afectivos que aun laten con fuerza en ellos. Esta parte de la historia me ha conmovido, las dudas de una mujer que ha dejado atrás el coqueteo, que ya no se siente atractiva, que se ha acomodado en un matrimonio feliz pero sin chispa. El sentido de la responsabilidad es una barrera difícil de ignorar.

Es una historia real con personajes muy humanos, débiles y valientes a la vez, sembrados de dudas, que cometen errores y aman hasta las últimas consecuencias. Nos habla del amor, y de como puede llegar a ilusionar y a la vez despertar la mayor de las incertidumbre, ya que nadie está a salvo de volver a enamorarse, incluso cuando nos encontramos, o eso creemos, a salvo felizmente casado. Porque no es lo mismo enamorarse a los viente que a los cuarenta.

Estoy más que dispuesta a leer algo más de Carmen Santos. Por un lado nos recuerda que fuimos un país de emigrantes. La bonanza que conoció España hace unos años nos llevó a olvidar, entonces empezamos a mirar con desconfianza a esos inmigrantes que llegaban de países del Sur o de Este, echando en cara sus costumbres extrañas y sus idiomas imposibles de entender. Curiosamente la rueda ha vuelto a girar y hoy en día muchos jóvenes españoles no tienen más remedio que buscar suerte fuera de nuestras fronteras, lo que nos recuerda que no debemos olvidar el pasado.